Instituto Dar > Noticias > Reflexiones > Un corazón nuevo
  • Gilberto Villarreal
  • Reflexiones
  • No hay comentarios

¡Venga tu Reino!

 

Un corazón nuevo

 

20 de agosto de 2020

 

El Espíritu Santo en el alma actúa de un modo sorprendente; pero también de modo personal, presencial. Todo bien espiritual lo recibimos con su presencia, de su mano. El alma consagrada debe ser un hombre, una mujer de Dios, que escucha, que sabe reconocer la presencia del Divino Huésped y conoce su voz. Así eran los profetas, hombres de un espíritu finísimo que escuchaban y atendían al Señor.

 

Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y haré que caminen según mis preceptos y que guarden y cumplan mis mandamientos. Y habitarán en la tierra que di a sus padres, ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios.” (Ezequiel 36, 26-28)

 

Ojalá que este tiempo de reclusión a causa de la pandemia esté propiciando, como en un invernadero, las condiciones necesarias para que nuestra alma esté aclimatada con el calor del Espíritu Santo que nos purifica, nos da un corazón nuevo y su espíritu.

Reflexionemos en el fruto que el Espíritu Santo ha ido logrando en nuestra alma y en nuestras comunidades. Nos apoyamos en el texto citado de Ezequiel y en la carta de San Pablo a los Gálatas capítulo quinto.

 

En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5, 22-23)

 

1.- Las obras de la carne vs el fruto del Espíritu.

Más arriba, en el versículo 19, de este mismo capítulo 5 San Pablo enumera las obras de la carne. Muy contrarias al fruto del Espíritu Santo: la fornicación, la impureza, el libertinaje, idolatrías, hechicería, odios, etc. Provocan destrucción en el hombre y en las comunidades.

Notemos que la expresión “obras de la carne” está en plural, y en singular el “fruto del Espíritu”. Es decir: el amor, la alegría, la paz, la paciencia, etc., vienen juntas en una misma bolsa. Quien tiene al Espíritu Santo, va dando estos frutos todos juntos, unidos.

Si tengo alegría, que viene del Espíritu Santo seguramente, si pongo atención, me encontraré con la bondad y la paciencia en mi corazón. Luego, cuando aparezca una virtud de éstas, busquemos bien y encontraremos las demás.

¿Qué descubro en mi alma que ha ido creciendo en este período de confinamiento, en el que el Espíritu Santo ha trabajado tanto? Si es paz, por ejemplo, agradacer al Señor que me la ha dado y estar dispuestos a cuidarla, acrecentarla y que produzca bondad, o alegría.

La misma pregunta vale para la comunidad, ¿qué virtud hemos vivido en nuestra comunidad: bondad, paciencia, …?

2.- Virtudes que incluyen y no excluyen.

Cada una de estas virtudes, tienen un aroma común, son frutos del Espíritu Santo. Tienen características comunes:

-Son fruto de la acción del Espíritu Santo y no de nosotros. Cuando ni sospechábamos que seríamos capaces de vivir esta pandemia en comunidad tanto tiempo, el Espíritu Santo nos sorprendió con su ayuda y hemos comprobado que se puede rehacer la vida comunitaria.

– Además, cada una de ellas facilita la aparición de las otras, casi casi, se invocan unas a otras. La alegría llama a la paz, la paciencia siempre es bondadosa. Han florecido virtudes tan frescas, como nunca las habíamos visto en nuestra alma y en nuestra casa o comunidad religiosa.

-Son virtudes constructoras o constructivas. Cuando uno recibe un don y lo pone al servicio de la comunidad parece que provoca que los demás miembros den algo de su parte. Cuánto agradecemos la sonrisa y buen humor de alguna de nuestras hermanas, nos es fácil ser bondadosos o pacientes con los demás. Cuando reina la paz entre los hermanos, la fidelidad es más fácil. Se va estructurando el espíritu comunitario según el carisma y los dones que Él derrama en los miembros.

3.- El fruto del Espíritu, (que son todas estas virtudes-dones) está por encima de la ley.

Contra la alegría no hay imposición o prohibición pues la alegría no es superficialidad o ligereza. La alegría del Espíritu sabe hacer mancuerna perfecta con la fidelidad. La bondad nunca está de más, pues ella sabe mantener la paz, propiciarla. El dominio de sí va de la mano con la paciencia.

Allí está la libertad del Espíritu. Es tan poderoso el don que no se puede refrenar y no hay que tener miedo de soltar el freno, de extender las velas del alma y dejarnos empujar por el viento suave y poderoso del Espíritu. Donde hay libertad de espíritu no hay titubeos, dudas, perplejidades. Cuando sé que la paz que tengo viene de Dios hay certezas, convicciones y sabiduría para saber cómo actuar. Así de fácil es dejarse llevar por el Espíritu que propicia la paciencia, la fidelidad, la alegría.

Libertad del Espíritu significa también dejarle trabajar, permitir que nos sugiera. Incluso dejar que nos empuje a sonreír, a perdonar, a cumplir con esta norma, a convivir. A acercarnos a la superiora, a platicar con esta hermana. Libertad de espíritu es permitirle al alma probarse el traje de mansedumbre, de dominio de sí. No le hagamos resistencia al Espíritu Santo.

Conclusión

María, Santísima, Nuestra Madre, es mujer de Espíritu, Esposa del Espíritu Santo. Ella que sabe que el hombre de carne sólo funciona con corazón de carne, que conoció el amor de su Hijo que se hizo carne por amor a nosotros, nos permita descubrir el endurecimiento de nuestro corazón cuando no está fecundado por el fruto de Espíritu Santo. A Ella le suplicamos interceda por nosotros para que, en esta pandemia, estemos cultivando, con corazón de carne, la fuerza del Espíritu Santo, una comunidad florecida con los frutos del Señor.

 

Por el Reino de Cristo a la gloria de Dios

Autor: Gilberto Villarreal

Deja una respuesta