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LOS SENTIDOS Y LAS VIRTUDES TEOLOGALES

Parte I

 

La vocación del consagrado hunde sus raíces en el bautismo. En el bautismo muere la vida que heredamos de Adán y Eva y nacemos a una vida nueva. Cristo en su Pascua nos ha ganado y ofrecido esta vida nueva. A esta vida en Cristo nacemos el día de nuestro bautismo y no hace referencia solo al futuro, sino ya en el aquí y ahora la vivimos (cf. La vida en Cristo, N. Cabasilas). El consagrado no tiene dos vidas, la humana y la espiritual, tiene una sola vida, la vida en Cristo y la vive en su humanidad. Por lo que la humanidad es el lugar donde se manifiesta la vida divina recibida en el bautismo.

Lo más propia de la humanidad es la sensibilidad. Por medio de la sensibilidad expresamos la vida nueva en nuestras relaciones con Dios, con los hombres, con uno mismo y con toda la creación. El consagrado lleva al Salvador en todo su ser: en la cabeza, en los ojos, en las vísceras, en todos sus miembros. Lo respiramos y se convierte para nosotros en el aliento de modo que se mezcla y se funde en todo nosotros y así hace de nosotros su cuerpo (cf. La vida en Cristo, N. Cabasilas).

Por eso para el consagrado trabajar su sensibilidad es fundamental para poder vivir en plenitud su vida de entrega al amor de Dios y servicio a los hombres. Al trabajar en nuestra sensibilidad trabajamos en nuestra humanidad, y nuestra humanidad es el primer medio que tenemos para testimoniar el amor de Dios al que nos hemos consagrado, es el camino para que podamos hacer transparente el amor de Dios que nos habita. La sensibilidad está enraizada en nuestra corporeidad.

Para relacionar la sensibilidad con las virtudes teologales debemos partir de la concepción antropológica de los padres de la Iglesia. Ellos visualizaban al hombre en tres círculos concéntricos donde en el centro está el espíritu que es una participación del Espíritu Santo, el amor de Dios que nos habita, después un segundo círculo que es la psique o al alma donde encontramos la inteligencia, la voluntad y la memoria y finalmente un tercer círculo que es la corporeidad donde encontramos la imaginación y la sensibilidad, pero estos tres círculos no están dispuestos de modo estanco sino orgánico. Ireneo lo describe del siguiente modo: «Por medio de las manos del Padre, o sea el Hijo y el Espíritu, el hombre, y no una parte del hombre, está hecho a imagen semajanza de Dios. […] Ahora el alma y el Espíritu pueden ser una parte del hombre, pero de ningún modo el hombre: el hombre perfecto es la mezcla y la unión del alma, que ha recibido el Espíritu del Padre y se ha mezclado con la carne plasmada a imagen de Dios […] Ni la carne plasmada es en sí misma hombre perfecto, sino cuerpo del hombre y parte del hombre, ni el Espíritu es el hombre, porque se llama Espíritu y no hombre. Sólo la mezcla y la unión de todas estas cosas constituye el hombre perfecto».

 

Nuestra sensibilidad expresa esta nueva vida en Cristo que hemos recibido y es una dimensión de la persona que nos pone en relación con el mundo que nos rodea, con nuestro interior, con las creaturas y con Dios. Sensibilidad quiere decir orientación de la energía afectiva en una dirección precisa, hacia algo o hacia alguien que ocupa cada vez más el centro de la vida y que atrae de una forma cada vez más irresistible (cf. Desde la Aurora te he llamado, A. Cencini). Por lo que la sensibilidad es el instrumento para la relación.

El primer eslabón de la sensibilidad son los sentidos. Los sentidos externos son cinco y Dios nos los ha dado para que podamos relacionarnos con Él, todo en nuestra naturaleza está puesto para entrar en relación con Dios y el mundo que nos rodea. En el Génesis (Gn 1, 26-30) podemos ver como Yahvé entra en diálogo con el hombre, obra de sus manos.

Por el Reino de Cristo ala gloria de Dios

Autor: Veronica Fierros

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