El hombre de lo primero que tiene noción es de la voz de su creador por lo tanto el oído es el primer sentido que nos une a Dios (Gén 1, 28) por el oído el hombre entra en contacto con Dios creador, y será al final del evangelio de San Juan que el oído pondrá el hombre en contacto con Dios redentor. Es en María Magdalena que oyen su nombre pronunciado por Cristo resucitado se vuelva y le reconozca, Jn 20, 6. Después les habla de su alimento (Gén 1, 29): «Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer», en este momento entran en acción el resto de los sentidos: la vista para ver los colores, distinguir las hierbas, ver los árboles; el olfato por el que nuestros primeros padres percibirían la variedad de aromas de las flores y de los árboles frutales del paraíso; el gusto porque al paladar cada fruto desplegaría y manifestaría la belleza de Dios impregnada en la belleza del paraíso; y el tacto pues cada fruto y planta al tacto tendría una textura diferente que también daría testimonio de la suavidad del Creador. Son los primeros contactos que Adán y Eva tendrían con Yahvé a través de los sentidos. Adán y Eva caminaban con Yahvé a la hora de la brisa por el Jardín. Pensemos en cómo a través de los sentidos entraban en contacto con Él.
En Gén 3, 1-6 que nos narra la caída vemos cómo los sentidos juegan un papel fundamental. La mujer escucha al tentador, y después dice la escritura que el fruto era «apacible a la vista» (Gén 3,6), Eva lo saboreó con los ojos antes que con el gusto. En Gén 3, 8 escuchan los pasos de Yahvé en el jardín a la hora de la brisa – el oído sigue siendo el protagonista– y le tienen miedo.
El pasaje Gén 3,7 («entonces se les abrieron los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y, cosieron hojas de higuera, se hicieron unos ceñidores») nos indica que hay un modo de ver antes y otro después de la caída. Un modo de verse entre ellos y también de ver a Dios. Los sentidos antes de la caída nos daban por una parte una transparencia con Dios, es decir, cada uno manifestaba la gloria de Dios que le revestía, la imagen y semejanza en la que habían sido creados se manifestaba a través de sus sentidos sin ninguna mancha, y por otra nos daban el acceso directo al creador. Después del pecado vemos que hay una alteración y perdemos esa trasparencia.
San Agustín nos dice: «De qué cosa se deleitaba María de Betania mientas estaba a la escucha» del Señor, «¿qué cosa comía, qué cosa bebía con la boca avidísima del corazón?» «comía a Cristo mismo, escuchándolo; se nutría de Él que se hizo pan que restaura sin venir a menos» (Enarrationes in psalmos, 9, 15). San Agustín nos hace ver esa transparencia de los sentidos en María de Betania, ella en su vida por la acción del Espíritu Santo vivía sus sentidos de modo original.
Hemos dicho que Dios nos creó con los sentidos para que entráramos en contacto con Él. Estos tienen una inclinación natural a lo bueno, lo verdadero y lo bello. Por lo tanto, los sentidos vienen desarrollados, son dados para ser ejercitados. El pecado original nos ha deformado esa inclinación natural y nos lleva a hacer un uso de ellos pervertido, autorreferencial. Antes del pecado los sentidos tenían una transparencia, por lo que veían, saboreaban, odoraban… llegaban a coger a Dios de modo directo.
Los sentidos son un don de Dios, inician la cadena de la sensibilidad, es decir, es donde comienza a generarse una energía que nos tocará aprender a manejarla, gestionarla, direccionarla por medio del discernimiento, la pregunta clave es: ¿Qué es lo que más me acerca a Dios?
Se distinguir 4 niveles de sentir: