20 de septiembre de 2020
El Evangelio es un don de Dios, una fuerza transformante para el hombre. Esta es la experiencia que en nuestra vida cristiana debemos hacer cada día. Quizás este tiempo de recogimiento que ha propiciado la pandemia, nos permita afinar los sentidos del alma y notar cómo va transformándose el alma cada vez que escuchamos la proclamación de del Evangelio en la Misa y cuando lo meditamos en nuestra alma.
“Les contó otra parábola: “El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas.” Les contó otra parábola más: “El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.” (Mt 13, 31-33)
Propongo adentrarnos en algunas de éstas dos parábolas, pidiendo luz al Espíritu Santo, para valorar la acción transformante que Dios va logrando cuando interiorizamos la palabra de Dios y la pasamos a la realidad de nuestra vida. Doy algunas ideas del P. José Salguero, OP, que me han servido para ahondar en las parábolas del evangelio.
“Vida de Jesús, según los evangelios sinópticos” EDIBESA, Madrid, 2004. ISBN 84-8407-120-0
1.- La fuerza intensiva y extensiva del Reino.
Normalmente cuando nos alcanza el Evangelio, nos atrapa y nos inunda. Ahora es un buen momento para recordar aquellas veces que me topé con la palabra de Dios y no me dejó escapatoria. Es seguro que algún pasaje de la llamada de Dios a sus discípulos también tuvo el mismo efecto cautivador en nuestro corazón como en el de los discípulos.
Bueno, esta parábola nos habla precisamente de la acción misteriosa de la gracia de Dios, que todo lo transforma.
Cuanto más profunda es la transformación interna del discípulo de Cristo, más extensa la irradiación transformante de la misma gracia de Dios en el ámbito donde se mueve el discípulo de Cristo.
2.- Totalidad divina que exige la totalidad de la creatura.
Como una semillita de mostaza es el don de Dios. Qué poquito, sí, pero un poquito total. Esa semillita lo tiene todo: toda la fuerza y la promesa de plenitud. No debe pasar desapercibido el detalle de que esa semilla es sembrada en “su campo”. Hay que darle campo a Dios, espacio para que su don se desarrolle en nuestra alma, ampliamente, sin estorbos, lo que necesite.
No hace falta hacer grandes cosas voluminosas, sonoras. Basta que en nuestra semillita de mostaza vaya todo, completo y generoso. Y que nuestro campo esté abierto sin cercos, ni límites.
3.- La sorpresa y la alegría.
Dios es sorprendente. Es maravilloso. Lo vemos primero por sus obras: su creación, los acontecimientos providenciales…, y cuando se revela un poquito más, de otra forma, misteriosa normalmente, lo confesamos junto con los salmos.
Valga ahora componer la escena en la cocina de Nazaret, cuando seguramente, María Santísima le decía al Niño Jesús que había que ponerle levadura a la masa y luego, más tarde, le mostraba la misma masa ya fermentada. Jesús seguramente abrió sus ojazos de sorpresa y la Santísima Virgen sonreiría con él.
Cuando Cristo usa esta parábola espera ver en sus oyentes, que también lo somos nosotros, la sorpresa y la alegría. Es bueno preguntarse, ¿Entiendo por experiencia esta parábola? ¿He notado cómo se fermenta toda mi vida por la alegría, la generosidad, el perdón, la sencillez? y ¿he notado lo mismo en el alma de las personas a las que catequizo y acompaño espiritualmente?
Ojalá que estas ideas nos faciliten acercarnos de modo nuevo al evangelio de la alegría y sobre todo que logremos “ver”, “sentir” y experimentar la fuerza de la alegría del Evangelio que va calando y transformando toda nuestra vida.
A nosotros que nos toca servir el pan de la palabra, es bueno platicar con la Santísima Virgen para saber cómo se “cocina” la palabra de Dios.
Por el Reino de Cristo a la gloria de Dios