«Sin el carisma del discernimiento, ninguna virtud puede subsistir y permanecer firme hasta el final: él es madre y guardián de todas las virtudes»
Casiano el Romano
El discernimiento es la intuición de un corazón pegado a Dios. Es el arte de la vida espiritual que consiste en comprender como Dios se comunica con uno, es decir, como actúa en uno mismo la redención en Cristo Jesús. En el discernimiento el cristiano busca la libre adhesión a Dios que libremente se ha entregado en mis manos por medio de Cristo.
El discernimiento presupone en el cristiano una experiencia de Dios. Una experiencia que no puede ser mera experiencia intelectual, sino debe ser relacional. La experiencia de sentirse amado por un Dios que se dona gratuitamente en Cristo, y por lo tanto el ejercitante se descubre en Dios por medio de Cristo, se descubre hijo en el Hijo. Esta experiencia solo puede hacerse en la fe.
Tenemos por lo tanto tres dimensiones que entran en juego en el discernimiento: creer-conocer-amar. Tres dimensiones que no pueden separarse deben mantenerse unidas. Si el creer se separa del amar reducimos la fe a puros contenidos y es muy fácil resbalarse hacia el moralismo. Si es el conocer lo que se fractura del amar entonces es muy fácil caer en racionalismo, ideologías y rigorismos. Solo el Espíritu Santo puede mantener juntos fe conocimiento y amor.
En el arte del discernimiento que realiza el cristiano, la propia vida y la de las personas que le rodea, su historia personal y la historia universal y toda la creación dejan de ser mudas y comienzan a comunicarme el amor de Dios. Por lo tanto el discernimiento es el arte de hablar con Dios. Pero Dios no se comunica con el hombre introduciéndole realidades extrañas, es a través de sus propios sentimientos y pensamientos que se comunica Dios con el hombre.
Puesto que Dios es amor y el hombre participa de este amor en el Espíritu Santo la comunicación de Dios con el hombre es siempre en el amor. Esto significa que hay una inteligencia en el amor o inteligencia contemplativa, es decir, el arte de contemplar y ver a Dios. Por esta inteligencia el hombre se ve a sí mismo en Dios, en relación con Dios, y en relación con el resto de la creación. No se ve separado de lo creado, ni separado de Dios. Así su mismo pecado está en el amor, porque solo en el amor puede darse el pecado, puesto que el amor necesita de libertad y solo en este horizonte de libertad puede darse la no-adhesión a Dios.
Por lo tanto el hombre que hace discernimiento es el hombre que se ve en Dios y se conoce en Dios, la realidad más esencial y fundamental del hombre es el amor de Dios que lo crea y que lo inhabita. Y quien garantiza esta presencia del amor en el interior del hombre es la misma persona del Espíritu Santo. Por lo que la verdadera inteligencia es la que se sitúa en el amor.
Aquí entendemos por inteligencia el raciocinio, la intuición, el sentimiento, el afecto, la voluntad e incluso la sensorialidad, así se entendió en la tradición cristiana desde el inicio. Desde el inicio el intelecto ha tenido siempre esta gama de registros múltiples, desde la parte más sensorial y corpórea a la parte más interior donde está la apertura a Dios, en el lenguaje tradicional se utiliza la expresión del «corazón». Por lo tanto en el discernimiento se presupone esta inteligencia contemplativa que parte de una visión orgánica del hombre.
Por el Reino de Cristo a la gloria de Dios